En el borde del Negev (Israel) la forestación demostró que se puede secuestrar carbono como en las áreas templadas. Otra vía para luchar contra el calentamiento global.
Por Javier Preciado Patiño
Visto desde Google Earth es apenas un punto verde en el borde norte del desierto del Negev. Pero sus 30 kilómetros cuadrados constituyen el área forestada más grande de Israel, un emprendimiento nacido en los años 60 en una región semidesértica que demostró ser una más que eficiente herramienta para secuestrar carbono e inducir un cambio climático positivo.
Sobre las laderas del monte Hebrón, Yosef Weitz pergeñó a principios de los 60 la titánica tarea de generar una masa boscosa a gran escala en una región donde las precipitaciones anuales no superan los 300 milímetros.
Cincuenta años después, las investigaciones realizadas por centros científicos como el Instituto Weizmann han demostrado que esta masa boscosa (básicamente compuesta por pinos) es capaz de fijar el dióxido de carbono a la par de los bosques templados, mostrando una alta eficiencia en la captación de este gas de efecto invernadero en función de la cantidad de lluvia recibida.
En un momento en el que el mundo se plantea la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, la experiencia del bosque de Yatir, como sumidero de carbono en condiciones semiáridas, es más que valiosa.
Las investigaciones determinaron que cada árbol secuestra carbono a un promedio cercano a los 8 kilogramos por año. En las condiciones de Yatir, la productividad del bosque ronda las 2,3 toneladas de carbono capturadas por hectárea y por año. Se estima que en el término de 70 a 100 años cada árbol resulta el sumidero de 500 a 800 kilogramos de carbono.
Entre las razones que se citan para esta eficiencia se menciona que la mayor concentración de dióxido de carbono en la atmósfera (en las latitudes más bajas respecto de las más altas) facilita su captura, es decir que el árbol consume menos energía para captarlo.
Por otra parte, se ha visto que durante el período caluroso y seco, el bosque tiende a entrar en un estado de “latencia”, durante la cual reduce el metabolismo y por ende la respiración, que emite dióxido de carbono; por el contrario, el tiempo menos caluroso y húmedo coincide con su mayor actividad fotosintética, fijando más carbono atmosférico.
La pregunta es, ¿impacta ya sobre un ambiente semidesértico una superficie verde de esta magnitud? Le trasladamos esta inquietud al profesor del Instituto de Ciencias Weizmann, Dan Yakir, un profesional que ha publicado numerosos papers sobre sus investigaciones en dicho bosque.
“Es un área muy pequeña para identificar con claridad su efecto sobre la temperatura o el régimen de lluvias”, contestó Yakir desde la sede del instituto en Rehovot. “Sin embargo, utilizando modelos basados en nuestras mediciones en Yatir, y extendiendo el área boscosa a grandes superficies alrededor del mundo con un régimen de lluvias similar, podemos ver efectos tanto en temperaturas más bajas como en mayores precipitaciones”, manifiesta vía correo electrónico.
No es un dato menor. Los registros recabados en esa forestación del norte del Neguev y modelizados muestran que lograr un cambio climático positivo en el mundo por vía de la plantación de árboles es posible. Pero, ¿qué superficie habría que implantar mínimamente como para percibir el cambio?
“En este estado no podemos decir cuál sería el área mínima, y eso dependerá de la región en donde esté la forestación, qué tan cerca del océano esté o si es una región con clima monzónico. El bosque Yatir está en el orden de las 3.000 hectáreas, pero para los modelos de efectos climáticos utilizamos superficies de millones de hectáreas, con lo cual el factor de multiplicación debería ser mayor a 1.000”, apunta el investigador. Lo concreto es ver el contraste entre el ambiente natural, semidesértico y el bosque en la misma región. Con un sistema manual de riego inicial, cuando se realizan las plantaciones, los árboles se desarrollan en condiciones de secano.
El área verde mejora las condiciones de vida de las comunidades, reduciendo en el verano las temperaturas extremas respecto de las áreas no forestadas. Por otra parte evita la pérdida de la poca agua que aporta la lluvia. En Yatir se realizó un reservorio artificial del agua que escurre por las laderas, que luego se utiliza para el riego de viñedos y producciones frutícolas en la zona.
“Lo destacable es que una masa forestal en el límite del desierto puede secuestrar carbono en cantidades similares a un bosque templado, y puede ser exitosa más allá de los límites pluviométricos usualmente utilizados por los forestadores”, sostiene Yakir. “Por otra parte, las adaptaciones que los árboles han realizado a las condiciones de sequía y calor nos indican que los bosques en condiciones más húmedas podrían sobrevivir bajo el escenario de cambio climático”, agrega.
De todos modos hay aspectos para tener en cuenta. Las superficies áridas, de tonos claros, reflejan más la radiación (albedo) que los bosques, cuyos tonos oscuros disipan menos la radiación. De manera que incluso hay un efecto de calentamiento superior a la disipación natural. Sin embargo, se estima que en el término de unos 80 años, la ecuación terminará siendo favorable para la forestación, ya que el secuestro de carbono le “gana” a la menor disipación.
Más allá de este aspecto hay una vocación muy fuerte en Israel a favor del combate de la desertificación y de transformar en un vergel las tierras áridas. En esto ha tenido un papel relevante la organización Keren Kayemeth LeIsrael (KKL), que hasta el presente prosigue colaborando en la forestación del país.
“El bosque de Yatir está en continua expansión, pero en una escala limitada. Para nosotros (el instituto Weizmann) representa un sistema modelo para entender procesos y parametrizar modelos. Para KKL es un sistema que mejora las condiciones locales y hace más habitable la vida en las regiones áridas. Reduce la erosión, provee áreas de recreación y madera para las poblaciones locales, así como también protege el suelo”, recuerda Yakir.
Fuente: Infocampo
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